Después de un 2022 abundante de suspenso, tragedia, e inagotable ironía, es importante recordar que su último acto - el autogolpe de Castillo, su fracaso, y las protestas a lo largo y ancho del Perú - es más bien el estrepitoso y sordo clímax de una larga y misteriosa crisis peruana. Es también importante recordar, y tener en mente, que no parece haber un consenso ilustrado sobre la materia de la crisis. Estamos frente a un fracaso de las élites.
Esta incapacidad de pensar la crisis se refleja en la mayoría de noticieros, columnas, y comentarios de opinólogos que antes de la presidencia de Castillo tenían un agarre sensible de lo que acontecía. Hace menos de un mes, Augusto Álvarez Rodrich afirmó sin titubeos que el fenómeno al que el estado peruano se enfrentaba era "neoterrorismo". Fue más terrible su desvergonzado uso del término 'neocolonialismo' para designar los comentarios del presidente de Colombia, Gustavo Petro. Sin embargo, impacta que la imagen de terrorismo haya sido invocada sin más justificación o responsabilidad tan solo siete días después del autogolpe de Pedro Castillo.
No es solo la prensa. El mismo gobierno ha decretado estado de emergencia en todo el país, y, después de varias semanas de protesta, parece que en el Ejecutivo no hay un mayor plan para lidiar con la situación. A pesar de que el saldo de cuerpos se haya detenido en 28 hace días, el plan sigue siendo usar a las fuerzas armadas como disuasivo, y reprimir violentamente si la situación se sale del pobre control que tienen las fuerzas del orden. Y esta no es la peor parte. La peor parte es que a pesar de toda la indignación contra la violencia, el dolor de las familias afligidas, y la ruptura de derechos humanos, parece que, en efecto, no se puede hacer nada más.
El estado peruano no puede permitirse tener una crisis de identidad. No puede permitirse pasar por la complejidad social y política que implicaría asimilar la cuestión rural a la plataforma soberana. Creer que esto es por falta de buena voluntad o racismo se pierde el punto principal: que el estado peruano no tiene las capacidades para enfrentar este momento. Sus estrategias dan a entender que no hay un servicio de inteligencia bien informado, sino una DINI miope que hasta hace pocos días era liderada por un hombre que no dudó en llamar a las protestas "insurgencia terrorista". Del lado de las protestas, demandas como disolver el Congreso, que renuncie la presidenta, o que se libere a Castillo son irrealizables. Todas romperían el orden constitucional y político en el que nos encontramos, y, de paso, no nos acercarían a ninguna solución.
Ante la imposibilidad de estas demandas, el estado debería poder identificar líderes y agentes representativos para llegar a algún acuerdo: incluso, un buen acuerdo que nos aviente a un arco de reconciliación. No solo es cuestión de que estos líderes existan o no, es que, si existieran, el gobierno no tendría la capacidad para llegar a un acuerdo relevante. La aparente irracionalidad de las demandas se aclara cuando posibilidades como prometer un mejor acceso a la modernidad a las comunidades rurales han sido repetidas varias veces en el pasado por innumerables líderes políticos, incluyendo a Pedro Castillo, y han fracasado estrepitosamente cada vez. Demandas irracionales corresponden a un gobierno funcionalmente irracional en relación a estas poblaciones.
Entonces, tenemos que el gobierno no puede legitimarse como interlocutor relevante. A falta de esta legitimidad, la actuación de las fuerzas del orden no puede ser más que represiva. Si no puedes negociar con alguien, el siguiente paso es obligarlo a retroceder. Esta es la perspectiva de ambos lados. El gobierno no puede (no podría, no le es posible) entender la presunta racionalidad detrás de las protestas. La protesta no puede dejar de ser una masa indiferenciada e irracional si tanto su propia constitución como la incapacidad del gobierno no se lo permite.
Tomando prestada la expresión de Pocock para fines solo análogos, este es el momento del estado peruano, dentro de un momento más amplio de crisis internacional. Cómo supere el estado esta particularidad definirá su identidad, y su relación con cada uno de nosotros. Como están las cosas, el gobierno puede o 1) rendirse contra las protestas, 2) negociar con los sujetos representativos de las protestas, 3) reprimir las protestas. 1) es imposible e indeseable. 2) es imposible (ceteris paribus) por lo que arriba he explicado. 3) es lo que se está haciendo. El resultado es pesimismo: sí, el gobierno ha cometido atrocidades, y seguirá reprimiendo, pero, siendo realistas, ¿podría hacer algo más? Tal vez podríamos asegurarnos de que algunos policías sean encarcelados. Podríamos lograr que la represión se relaje. Pero, después de todos estos consuelos, el problema seguirá ahí.
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