Coyuntura - Las elecciones de 2021 en retrospectiva
Afluencia metropolitana, escepticismo urbano, y subientes rurales
En conjunto, tal vez nunca ha sido tan tentador pensar en el Perú - tan tentador y aún tan extravagante. La marca de este atractivo es la sensación generalizada de crisis. En efecto, lo que podríamos llamar la "atmósfera sentimental" del Perú es tan imponente y agresiva que sugiere su propia naturalización, que siempre ha sido así, y siempre será así; pero, al mismo tiempo, que algo ha cambiado. La crisis exige entonces un pasado - un cuerpo que pueda representar sus dolores y angustias. Incorpórea, todo lo que nosotros interlocutores podemos ofrecer es una interminable lista de síntomas que termina solo apuntando a su compositor. Una vez encarnada, al menos en un polígono cualquiera, la tarea de describir siquiera uno de sus ángulos es amenazadora. Al menos uno de estos es la victoria de Pedro Castillo.
Las elecciones de 2021 fueron el primer gran censo sobre las penas y glorias del estado peruano frente a la crisis sanitaria y económica. Si la elección de Castillo fue una expresión de algo, tiene que haberlo sido de este contexto lato. El candidato de Perú Libre sorprendió a toda la ciudadanía que no había votado por él cuando los resultados de boca de urna revelaron su primer lugar con 16.1 por ciento de los votos. Le seguían Keiko Fujimori y Hernando de Soto, ambos con 11.9 por ciento. Entonces, la primera pregunta que demandó el ganador fue la identidad de su contrincante en la segunda vuelta. Por casi un cuarto de millón de votos, Keiko Fujimori recibió la misión de unir a toda la derecha en un bloque anticomunista. Estos fueron, diría, los dos hechos principales de la primera vuelta: la victoria inesperada de Pedro Castillo, y la posibilidad de una respuesta encabezada por Fujimori.
Se puede hablar de bloques demográficos para aclarar esta situación. El mapa electoral adquirió la forma de un brusco degradé: empezando por Lima, López Aliaga y de Soto habían conseguido superar a Fujimori por casi 2.5 por ciento de los votos válidos, o algo como 120 mil votos. De todos los departamentos, los únicos que parecen replicar este resultado son Callao, Ica, Lambayeque, y La Libertad, tomando en cuenta el electorado con el que cuenta César Acuña en este último. Un hecho resaltante es que tanto López Aliaga como de Soto consiguieron la mitad de sus votos en Lima. Para Keiko Fujimori, la capital fue 40 por ciento de su voto, logrando extraer favor también de los departamentos norteños y orientales, además de Ica. Para Pedro Castillo, sin embargo, Lima representó solo el 15 por ciento del total. El degradé consiste en un acelerado aumento del porcentaje ganador de Castillo en cuanto más lejos de la capital está el departamento - no solo en términos de distancia, sino también de población rural.
Muchos comentaristas han proclamado la victoria de Castillo como la victoria del candidato anti-establishment. Han querido de esta manera vaciar de contenido los mecanismos materiales, culturales, y étnicos que se vieron en los polémicos resultados. Si fuera así, sin embargo, sería posible afirmar de igual manera que Keiko Fujimori fue sin nada más que agregar la candidata del establishment. Esta ignorancia sobre los contextos varios en los que se forma la política peruana persiste hasta hoy en día en la (dicen) filantrópica voluntad de las clases urbanas de racionalizar las protestas sureñas, tratando sus demandas para nada minoritarias de liberar y reponer a Castillo como una pataleta infantil. Incluso si es cierto que los vínculos representacionales entre las organizaciones que encabezan las marchas y la población lugareña son dudosos, la especie de actitud reflejada en las encuestas no hace más que sugerir que para muchos provincianos Castillo no fue el candidato del anti-establishment, sino que era su candidato.
En el camino a la segunda vuelta, la derecha logró aglomerar a las clases urbanas a través de la radicalización. Castillo llegó a representar el complejo de traumas de la sociedad peruana: la hiperinflación, el comunismo, y el terrorismo senderista: todo perfectamente encarnado en la figura del andino. La prensa concentrada decidió reforzar estas ilusiones. Dos meses después, Castillo ganó la segunda vuelta, anotando la tercera derrota seguida de Fujimori. Fue tal vez en ese momento que la derecha cruzó uno de los puntos de no retorno: declarar fraudulento el proceso electoral e inválidos los votos de casi cien mil ciudadanos rurales. La aglomeración de la derecha se volvió una defensa narcisista en masa legitimada por la prensa. Cada día en la radio o televisión se entretenía la posibilidad del fraude sin jamás exigir ninguna prueba. Es más, se volvió la tarea del Jurado nacional de elecciones probar que no había habido fraude. Por cada evidencia presentada, la derecha insistía, afirmando que la prueba del delito estaba enterrada todavía más al fondo. Hasta hoy en día, las pruebas no han llegado, pero eso no detiene a varios líderes derechistas: proclaman que fraude hubo, y por creo quia absurdum pueden seguir difundiéndolo en televisión nacional si les place.
Es más sensato decir que Castillo ganó la segunda vuelta principalmente por ser opositor de Keiko Fujimori. A diferencia de en la primera, Castillo necesitaba que los votantes que antes habían optado por Humala en 2011 y por Kuczynski en 2016 hicieran la vista gorda. Su evidente falta de astucia y conocimientos no hizo de esto una tarea fácil. Lo acompañaban además acusaciones y sentencias contra el líder de su partido, Vladimir Cerrón, junto con un complejo de creencias extremadamente conservadoras. Sin embargo, el factor más decisivo para el apoyo a Fujimori (o el rechazo enfático a Castillo) fue el sector socioeconómico del votante. Una de las últimas encuestas precedentes a la elección de junio encontró que el 75% de entrevistados del sector A planeaba votar por Fujimori (17% por Castillo), esto es ampliamente más que Lima (57%), y el territorio urbano (34%). El otro sector socioeconómico en el que el voto estaba así de diferenciado fue el más bajo: el 54% del sector E planeaba votar por Castillo, y solo 25% por Fujimori. Para el voto por Castillo (o el rechazo enfático a Fujimori), la variación fuerte se vio en el mencionado sector E, en el ámbito rural (62 v. 21%) y en la región sur (72 v. 18%).
Estos números exigen una interpretación. El alto apoyo a Fujimori en la clase alta y en Lima no viene acompañado también de alto apoyo en el ámbito urbano. Ser parte de este electorado no es un buen predictor de voto. Ser parte de la clase alta sí - este el mejor predictor, incluso más que vivir en la capital. Por otro lado, el predictor más confiable para Castillo es la región sur, seguido por el ámbito rural, y después el nivel socioeconómico E. En otras palabras, enfatizar demasiado el electorado limeño de Fujimori invisibiliza cuán importante fue para ella el factor socioeconómico. Para Castillo, por otro lado, el factor rural es mucho más importante que el factor socioeconómico. La diferencia aquí no puede ser otra que el antifujimorismo. Sin este, Castillo habría obtenido un voto mucho más marcado en los niveles socioeconómicos bajos, así como en la zona rural. Sin embargo, habría perdido la elección. Comparar la primera vuelta con la segunda diferencia tres niveles, entonces: la clase alta y media-alta, que responde mucho más a su nivel socioeconómico, aunque no necesariamente para Fujimori, la clase media-alta urbana, que en elecciones anteriores rechazaron el fujimorismo, pero frente a Castillo se vieron obligados a evaluar su decisión, y la clase rural media y baja, que responde mucho más a su ámbito. La afluencia metropolitana, el escepticismo urbano, y los subientes rurales, se podría decir.
Estas son categorías electorales. Su relación con la coyuntura parlamentaria, judicial, y ejecutiva es amplia pero poco específica. Es amplia porque los partidos en el Congreso sí corresponden a estas categorías. La afluencia metropolitana llevó al poder a Renovación Popular, Avanza País, y, junto con el escepticismo urbano, a Fuerza Popular. Los subientes rurales llevaron a Perú Libre y, en menor medida, a Acción Popular. Podemos y Somos Perú son por ahora dejados fuera del análisis. Alianza para el Progreso es un caso particular a los departamentos norteños. Juntos por el Perú consiste en el fracaso de reclutar el voto subiente rural. El Partido Morado consiste en el fracaso de entender la política en absoluto. Después de todo, los escépticos urbanos no ganan primeras vueltas, solo deciden segundas. De nuevo, ampliamente, las categorías electorales corresponden al conservadurismo del Congreso, así como a su división metropolitana-rural. Sin embargo, esta correspondencia no es específica. El carácter socioeconómico del subiente rural casi no se deja ver en el hemiciclo. Perú Libre y sus disidencia parecen estar contentos con aparentar una identidad rural mientras le dejan las cuestiones socioeconómicas a la derecha, que no es exactamente liberal, sino más bien populista. Dejaré el análisis de la coyuntura del Congreso para otra discusión, específicamente la relación que los congresistas guardan con sus electores.
Regresando a la arena electoral, el motivo por el cual llamo a la categoría que explica el voto por Castillo "subientes rurales" es precisamente donde mi análisis parte del de la izquierda. Creo que fue más bien la creciente igualdad socioeconómica entre Lima y provincias la que impulsa el apoyo a Castillo y la búsqueda de una representancia política autóctona. Me apoyo en dos nociones. Primero, que es la clase alta la que está reaccionando contra las clases medias y bajas rurales. Es la nueva posición política y cultural de estas últimas lo que llama al voto contra Castillo. La clase alta es pues la clase más homogenizada con sus contrapartes en todo el mundo. Sus patrones de consumo son muy parecidos, y lo serán todavía más según Milanoviç. Esta identidad determina una clase dispuesta a tomar posición contra la amenaza rural y menos globalizada. A mi parecer, la dinámica interna a la afluencia metropolitana tiene mucho que ver con sus ilusiones respecto al otro rural e indígena. Pero eso es también materia de otra discusión. Segundo, que tanto la capacidad organizativa como el agnosticismo económico de los subientes rurales refleja su liderazgo clase media. No es el capitalismo lo que está en juego, aunque, en un futuro, su forma actual podría estarlo. La falta de articulación interna a estas organizaciones respecto a una nueva constitución es otra indicación de la importancia que le ponen a la dimensión étnica-cultural. Después de todo, lo que separa a las organizaciones de la izquierda rural de las organizaciones de la izquierda metropolitana no es la Constituyente, sino su apego a la identidad de Pedro Castillo.
Creo que este es un patrón usual. Las crisis políticas y la emergencia de nuevas clases es casi siempre anticipada por choques demográficos y económicos. Antes de la Revolución francesa, fue la explosión demográfica y la bonanza económica la que fue decepcionada por la carestía. Es después de todo el fracaso de expectativas lo que lleva a personas en cierto nivel social o económico a cuestionar su entorno político. Me parece que tanto la pandemia del coronavirus 19 así como el desaceleramiento del crecimiento económico de la primera década del milenio tuvieron un rol crucial en fallarle a estas expectativas, principalmente las de los salientes rurales.
Repasando la coyuntura electoral, es evidente que la relevancia de eventos como los arriba mencionados merecen páginas aparte. Como dije, la plaga tuvo un papel innegable que de alguna manera llevó a la polarización en las líneas que he explicado. La estancación económica que hoy es una recesión exige un tratamiento distinto. El análisis coyuntural responde pues a la multiplicidad de tendencias y dominios que intervienen en la política. Es obligatorio e interminable, quiero decir.
19 de agosto de 2023
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