Cuando Castillo pasó en primer lugar a la segunda vuelta de las últimas elecciones generales, emergió entre la politología y el periodismo peruano una curiosidad: ¿acaso no es Lima el Perú? En efecto, Castillo había solo empezado a aparecer en las encuestas un par de semanas antes, pero, en las elecciones, había ganado las provincias. Esto reforzó en la izquierda una acepción regionalista de la política peruana, una que todavía no sabe cómo superar. Pero una cuestión más grande fue ignorada: la Cuestión Limeña. Me refiero al futuro político de la capital del Perú, su centro económico-financiero, y su ciudad más poblada.
Los comicios municipales y regionales de este año son una buena oportunidad para reflexionar sobre el asunto. Hay tres candidatos relevantes a la alcaldía de Lima, por el momento: Daniel Urresti, Rafael López, y George Forsyth. Los tres fueron candidatos en las elecciones generales del año pasado, lo cual no solo nos dice algo sobre la ansiedad política de estos sujetos, sino que también nos provee más datos con los que informarnos. Emplearé la última encuesta del IEP tanto de la primera vuelta general del 2021, como de las elecciones regionales y municipales del mes siguiente.[1] [2]
Para la posición de alcalde de Lima, el primer puesto le corresponde a Daniel Urresti (25.4), el segundo a Rafael López (22.0), y el tercero a George Forsyth (13.3%). El votante que resalta es el de López: hombre, y clase alta, o media-alta. Resalta en particular el nivel socioeconómico, pues tanto Urresti como Forsyth tienen un porcentaje más alto de votantes del NSE D/E que López, y este tiene un porcentaje bastante más alto de votantes A/B que el puntero, Urresti (24.8 v. 33.2%). Estos datos son conformes a la última encuesta del IEP en abril del año pasado: el votante de López era predominantemente limeño, donde solo competía con Hernando de Soto. En las elecciones, cada uno consiguió alrededor del 16% del voto en Lima, ganando de Soto en los distritos más asociados con el NSE A/B: Miraflores, San Isidro, y La Molina.[3] En efecto, la última encuesta de IEP también demostraba una pronunciada inclinación de parte de estos sectores por de Soto.
Pero los parámetros han cambiado. Hernando de Soto era el hombre con el que la clase alta y media alta se quería identificar: un hombre blanco, extranjero, y aparentemente sofisticado. La esperanza tecnocrática era en esta dimensión una esperanza más bien narcisista. La casualidad funcionó con Kuczynski: quien sí era un tecnócrata. Hoy en día, sin embargo, hay un gen reaccionario. Castillo es un presidente escogido por la provincia. Uno pensaría que es el turno de contestar para Lima: si lo harán en líneas ideológicas, o si la falta de concentración política escupirá un Urresti. Es decir, ¿puede el rechazo limeño a Castillo transformarse en un rechazo reaccionario militante y específico?
Si esta es una posibilidad, es una que emerge solo con una alcaldía de López. En efecto, lo que distingue al empresario de Urresti y Forsyth no son las propuestas. Todos juegan con más o menos la misma baraja de cartas: más policías mejor equipados, resolver la inseguridad, obras por aquí, por allá, y un par de propuestas imposibles y absurdas. Esto hubiese importado más hace tres años. El ticket ganador era el ticket del narcicismo (véase Jorge Muñoz). Esta vez el mensaje de menos inseguridad y más policías parece seguir teniendo resonancia: Urresti sigue puntero. Pero no es un exceso deplorable afirmar que los intereses detrás del electorado de Rafael López Aliaga es otro. El hombre ha sido el más notable opositor de Castillo desde que llegó al poder. También ha sido el más agresivo. Incluso ha llamado a su muerte.[4]
Pero esta repulsión a Castillo es solo la carnada para la actitud fabulosamente reaccionaria de López. Urresti y Forsyth son meramente vulgares: probablemente misóginos, machistas, transfóbicos, etc., así como la mayoría de peruanos. Pero solo López teje de estos odios y miedos una ideología que no teme repetir. En su mundo, los caviares buscan imponer comunismo, y comunismo no es solo comunismo, sino que también la perversión de valores e instituciones tradicionales, como el matrimonio, la santidad de la madre, y la nobleza del pobre. Para él, esto es una conspiración, y él es el encargado de detenerla. Él es el encargado de reprimir los instintos sucios y mundanos de los caviares, así como lo hace con sus propios deseos cuando se tortura.
He estado jugando alrededor del concepto-sospecha. Si uso los términos "reaccionario", "-fóbico", y "represor", entonces se me puede acusar fácilmente de estar guardando el uso del concepto de fascista. Pero es importante recordar que aquí mi interés no es solo describir la torcida mente de Rafael López, sino también la relación que guarda con Lima. Por eso, mi interés recae en el fascismo de mañana, y solo por eso en la tendencia reaccionaria de hoy. Yo me sumo a la corriente que entiende el fascismo como un conjunto de instituciones. Ser un reaccionario transfóbico y promuerte (o provida, como se hacen llamar) no te hace un fascista, te hace una mala persona. Pero si esta persona o una con creencias mucho menos agresivas trabaja en una institución fascista, es decir, trabaja para el progreso del fascismo, entonces es un fascista. La definición fluye desde la institución hasta el individuo. Esto parecería extraño, ya que he estado describiendo a López en términos psicológicos. En efecto, mi creencia es que López Aliaga es un reaccionario cuya victoria podría resultar en la encarnación total de la derecha.
La poca imaginación de los candidatos a la alcaldía de Lima corresponde a los limitados poderes del alcalde de Lima. En el mejor de los casos, el alcalde puede llevar a cabo varias obras para mantener su poder político, pero la presión que cae en estos procesos desde el escándalo Lava Jato ha impedido este camino. Muñoz nos dejó un bypass. Las líneas del metro y del tren eléctrico demorarán años en progresar. Este es un terreno en el que difícilmente podría emerger una disputa política, y es por eso que Urresti y Forsyth se pegan a la ortodoxia. López tiene aquí la ventaja porque puede hacer de su candidatura un asunto político: la lucha contra el comunismo en Lima. Aquí importa poco cómo gane: si en verdad la clase alta se compromete con al menos parte de sus creencias, o si otros candidatos resultan intolerables, etc. La cuestión es que gane.
¿Puede López Aliaga una vez en el poder institucionalizar sus creencias reaccionarias? Definitivamente no parece que este sea el caso. Los dos reaccionarios más importantes de América tienen atributos que López no tiene. Bolsonaro tiene la semblanza de un hombre fuerte. Trump es copiosamente carismático. Rafael López Aliaga es un individuo inarticulado, terrible orador, y físicamente desagradable. Uno se puede preguntar cómo llegó tan lejos, y la respuesta tal vez es que nada de eso importa, y que el compromiso de su electorado con sus ideas es más resistente de lo que se pensaba. Si los limeños resultan tan desesperados por odio, entonces López Aliaga es el avatar perfecto.
En el poder, López Aliaga tendría que pensar en cómo concentrar el sector reaccionario limeño. No bastarán grupos como La Resistencia. Necesitará radicalizar a una parte importante de la sociedad. Esto dependerá de dos factores: primero, que logre llevar a cabo ciertas obras en ciertos lugares, y, segundo, que explote la relación ellos-contra-nosotros que ya se fermenta en los barrios limeños. El primer factor va dirigido principalmente a los sectores C, D, y E, que sí necesitan de una mejor infraestructura. Integrarlos dentro de la forma reaccionaria podría ganarle lealtad, así como la ganó Fujimori hace tantos años. El segundo factor es el nexo relevante. López tendrá que construir no solo una relación entre los odios limeños y los odios provincianos, sino que tendrá que volver la alcaldía una institución que represente la oposición a la presidencia. Hasta ahora Lima ha sido un bastión de la derecha en un sentido confuso, no organizado. Volver la alcaldía un símbolo de resistencia al poder presidencial (que depende de Lima y de la provincia) no solo concretaría a Lima como el bastión de la derecha, sino que, además, concretaría la posición ideológica de la derecha.
Este sería el desarrollo más interesante, pues lo que tenemos hasta ahora es una derecha desorganizada. La ideología de partidos como Fuerza Popular, Renovación Popular, o Avanza País todavía no se solidifica como la opción defensora del capital. Por ahora, son principalmente los defensores de los viejos valores (entre ellos, el capitalismo), pero, una vez establecidos en la alcaldía de Lima, sus vínculos con ciertas especies de capitalismo se volvería mucho más claro. Además, las consecuencias trascenderían la oposición entre López Aliaga y Castillo. La alcaldía de Lima se volvería siempre un premio para el derechista del año, siempre en oposición al caviar, o izquierdista, o comunista en Palacio de gobierno. Esto funcionaría porque para López personas como Kuczynski o Sagasti son caviares también. La extensión del término se concretiza en la elasticidad de su oposición. No se puede obviar la importancia de cementar el apoyo de reservistas.
Queda saber si esto es algo que en verdad puede suceder. Creo que es al menos en teoría posible que suceda en el corto plazo. Pero a largo plazo la historia está más clara. Puede emerger un mejor orador e ideólogo que López Aliaga. El odio a la provincia no parece estar disipándose. El rol de la izquierda aquí es ambiguo: por un lado pueden polarizar el asunto regional, o por otro pueden insistir en reformas industriales y económicas. Una lucha de clases es distante, sin embargo, ya que el gobierno no parece querer amenazar el capital en ninguna forma. Me quedo con el temor a las posibilidades.
Bologna, 6 de septiembre de 2022
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