Paro frío/Protesta caliente
Las antinomias estratégicas de las protestas contra el gobierno de Boluarte
La editorial de hoy veinte de julio de El Comercio abre así:
En principio, marchar y parar son cosas distintas. Bien vistas, en realidad, son antitéticas: la primera implica movimiento, y la segunda, inmovilidad. Es sintomático, sin embargo, que en el lenguaje político local esas dos expresiones se hayan convertido casi en sinónimas. Para referirse a las manifestaciones que tuvieron lugar ayer en Lima y otras regiones del país, la gente hablaba desde hace días indistintamente de “las marchas” o “el paro”. Y lo mismo sucede cada vez que se produce una jornada de protesta en el país.
Líneas después, esta contradicción es explicada: las marchas detienen la actividad económica, la "paran" así como un paro consiste en suspender una cierta actividad en son de protesta. Es ese sentido en el que las marchas son un paro. No es eso a lo que debemos prestar atención, sin embargo. La dialéctica en específico es obviamente un caso retórico, pero las somatizaciones de las que se nutre son reales. La energía de la actividad política y social de los manifestantes de diciembre y julio desplaza la energía a la que Lima nos tiene acostumbrados - o, en cualquier caso, la que sus urbanitas más románticos imaginan. La energía desplazada corresponde a la usual actividad económica: tiendas abiertas, dineros yendo de mano en mano, participantes comprando billetes de transporte.
En su sermón de 18 de julio, Dina Boluarte opuso esta actividad erógena a la contra-actividad que serían las marchas. Los peruanos están del lado de la vida, de la reactivación económica, del Clásico entre Alianza Lima y Universitario. No están del lado de la muerte, de la depresión económica, de las arengas repetitivas. Este ha sido por varios meses el discurso del gobierno. Puede parecer sorprendente: ¿a qué peruanos se refiere si la mayoría la quiere fuera? Esto nos presenta la antinomia desconocida por la editorial arriba citada: la abrumadora renuencia de los limeños a marchar comparada con su desprecio a este gobierno. Sugiere un caso de acrasia. La débil voluntad de los limeños no puede volver su "debería" un "tengo que".
En ese sentido, la actividad económica que el gobierno Boluarte destaca como vital, erótica, es frente a la actividad política una pasividad. La protesta, la demostración libidinal de los provincianos en sus arengas, bailes y luchas se contrapone a la aceptación limeña de la automatización comercial que sostiene económicamente una existencia que no puede siquiera actualizar sus creencias políticas. Repitiendo los términos que puse arriba, podríamos decir que el despliegue bacanal de los provincianos desplaza la actividad del limeño. La energía desplaza otra energía, como agua que rebalsa de un balde. Un psicoanalista diría que la (para el limeño) primitiva y fálica lucha de los manifestantes de Provincia inhibe al urbanita. ¿Cómo siquiera puede compararse? No enterraron a sus paisanos, no sufrieron represión violenta, ¿qué derecho tienen?
Esta no es una crítica al limeño. Es una crítica a las organizaciones de izquierda que pretenden sin estrategia que el limeño marche al costado del provinciano, que participe en su luto. Es análogo a llorar más que un amigo por la muerte de su madre. Es de hecho la furia y la impotencia lo que energiza la protesta. Ninguna puede ser sustituida con un reclamo que parece una repetición sintáctica: "Adelanto de Elecciones Generales". ¿Debo marchar al costado de mi hermano adolorido y pretender que sus muertos son tanto suyos como míos? Esta particularidad no puede ser elidida. Es característico de la protesta que tenga motivos idiosincrásicos, al menos en su presente. Uno puede imaginarse al puneño preguntándose a qué viene esta domesticación, esta generalización bajo el estandarte de adelanto de elecciones generales, si lo que busca es revindicar una muerte que es simbólicamente suya, privada, emocional.
Esta contradicción se eleva a la lógica misma de las protestas si consideramos el papel que tiene en neutralizarla. Citaré ahora (y traduciré) de un reciente ensayo de Marco D'Eramo:
Desde el punto de vista del régimen, podría decirse que los disturbios están bienvenidos, pues garantizan renormalización, permiten que las reservas tribales lo sigan siendo, y desinflan descontentos que podrían de otro modo volverse peligrosos. Naturalmente, para que cumplan esta función estabilizadora tienen que ser sujetos a condena pública: el vandalismo debería ser denunciado, la violencia debería causar indignación, el saqueo debería llevar a disgusto. Tales reacciones justifican la violencia desmedida de la represión, que se vuelve la única forma de contener la marea del barbarismo. Es bajo estas condiciones que los disturbios sirven para osificar la jerarquía social.
D'Eramo se refiere en particular a los recientes disturbios en Francia después del asesinato de un joven de descendencia argelina a manos de un policía. Pero su observación puede ser aplicada para el caso peruano considerando las reflexiones de arriba. La idea central es que la repetición cíclica de las manifestaciones políticas termina normalizándolas. Incluso su violencia es normalizada, ya que dicha repetición termina volviéndolas un suceso natural - como un temblor o huracán. Y, como sabemos, los sucesos naturales no tienen un significado. Nos preparamos para ellos. El gobierno sale en televisión para advertirnos. Pero nadie le grita al cielo por soplar vientos, ni a la tierra por agitarse. Otra comparación es al suceso burocrático. ¿Por qué están protestando? - No lo sé, pero quédate dentro de casa: es algo que suele suceder. En términos concretos, la repetición aleja el significado de la protesta de la protesta, y la vuelve un sintagma vacío.
Tanto los disturbios que vimos en diciembre como las marchas más tranquilas que vimos ayer pueden caer víctimas de esta normalización. El gobierno tiene un papel en esto, clasificándolas como algo que pasará, pero que nadie quiere. Sin embargo, las circunstancias son particulares para cada caso. Las protestas de diciembre rompieron la normalidad desplegando violencia y general vigor emocional. Inmediatamente después, el estallido social se volvió un problema para Boluarte y Otárola. El asesinato de 50 personas solo podía ser contenido normalizándolo. Hubo desmanes. Los detuvimos. El gobierno parece preparado para seguir normalizando su crueldad, y tiene a una prensa dispuesta a apoyarlo. Boluarte dice incluso que "no entiende" el significado de las protestas. De esta manera, la violencia se vuelve una ocasión burocrática.
Empero, esto no quiere decir que ulteriores bloqueos, incendios, y asesinatos no puedan romper esta normalización. Las organizaciones políticas del Sur insisten en esta estrategia, revindicando pedidos idiosincrásicos, como de la liberación y reposición de Pedro Castillo. De una forma u otra, la función de estos pedidos es alejar un apoyo de los limeños que podría tan solo enfriar las marchas. ¿No fue esto lo que sucedió ayer 19 de julio? La presencia de la ciudadanía urbana y de Rosa María Palacios disuade las explosiones de energía política. Esto crea una paradoja. Pues el hecho es que las protestas necesitan la participación de los limeños antifujimoristas para tener éxito. De otra manera no alcanzarán los números necesarios para representar una amenaza al orden establecido. Pero, por otro lado, esta sería una masa neutralizada.
La estrategia explosiva se ve entonces amenazada por la normalización de sus usos violentos. La estrategia ortodoxa se ve amenazada por su incapacidad de romper con dicha normalización, al renunciar al uso político de violencia contra la propiedad pública y privada. Pero la primera necesita a la otra para que sus explosiones alcancen Congreso y Palacio de Gobierno. Se puede decir de esta que reconoce que no hay suficientes congresistas que puedan luchar contra la destrucción del estado peruano. Se puede también decir que sus tácticas disuaden la posibilidad de un movimiento amplio y multicultural. Rosa María Palacios puede ganarte legitimidad, pero también inhibirá las inclinaciones violentas. Finalmente, como dije arriba, la energía idiosincrásica y emocional de los manifestantes provincianos aniquila la solidaridad de los limeños, y viceversa. Es una contradicción de la que tiene que liberarse la izquierda.
Se necesita pues una protesta gigantesca en Lima - una que se compare a las protestas contra Merino hace casi tres años. Se necesita además conservar la posibilidad de explosiones (metafóricas) de energía política. Esto requiere que los limeños sean movilizados por motivos tan emocionales y tan legítimos como aquellos de los provincianos. A falta de injuria personal, esto implica organización. Este es un trabajo difícil. La izquierda tendría que de una vez por todas aprender a cómo balancear la estrategia limeña con la estrategia provinciana. Es mi noción que el terreno es hoy en día fértil para iniciar este proceso. La economía peruana está sufriendo de una recesión técnica y de una inflación persistente. La clase baja volvió a ser pobre. La clase media desapareció. En Lima, las municipalidades están lidiando una guerra contra el pobre urbano, censurando el acceso en general a espacios públicos. En el Perú, el gobierno es incapaz de contestar esta crisis. Ni los pobres ni las clases trabajadoras recibirán más ayuda monetaria. El Congreso no está muy entusiasmado por liberar los fondos de las AFP.
Esa es la contradicción a explotar: que el Congreso es después de todo responsivo frente a las demandas ciudadanas. Requerirán de votos en el siguiente ciclo electoral, votos por los cuales ni Boluarte ni Otárola están preocupados. El Congreso puede además hacer la vista gorda frente a los reclamos de los tecnócratas del Ministerio de economía respecto a maniobras que tildarían de "populistas". Es esta dinámica la que tiende a oponer Legislativo y Ejecutivo, y que termina en disoluciones o vacancias. Pero Boluarte no puede censurar este Congreso. Si hubiera un desentendimiento grave sobre, digamos, el retiro de ulteriores fondos de las AFP, los parlamentarios tienen el camino libre para avanzar si es que la demanda ciudadana es suficiente. Entonces, caos.
Tómese mi sugerencia como opcional. Es el diagnóstico el que tiene que ser tomado en serio, me parece. La izquierda tiene que volver las luchas económicas el centro de su plataforma urbana y rural. La crisis actual es un ejercicio. Aunque, Dios lo sabe, la izquierda enfrenta más obstáculos que nunca.
20 de julio de 2023
Gracias por leer. Puedes suscribirte a este blog dejando tu dirección de correo electrónico abajo. Hace dos días publiqué una pieza sobre la recesión económica y los sectores que la explican.